La Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU), a través de su Unidad de Evaluación y Desarrollo Docente, celebró la tercera graduación del Programa de Certificación Docente del Modelo Educativo UNPHU.
En esta ocasión son 321 los profesores de la institución que se certifican, siendo 100 del recinto UNPHU La Vega y 221 del recinto Santo Domingo.
El objetivo de este programa es mantener a los docentes actualizados en el mundo cambiante del siglo XXI. Entre los módulos impartidos durante este diplomado se encuentran: Investigación; Monografía; Ensayos; Tecnología Educativa, Redes Sociales en la educación; Bases de Datos, Evaluación y Rúbrica.
Las palabras de apertura de la graduación en esta ocasión estuvieron a cargo del doctor José Rafael Espaillat, rector en función, quien expresó el discurso del arquitecto Miguel Fiallo Claderón, rector: “La superación académica constante debe estar acompañada de las mejoras institucionales que contribuyan a la ejecución de sus tareas”.
“Lo que hoy es una meta en cuanto a la preparación como docentes, se convierte automáticamente en un punto de partida para nuevos logros y manteniendo la superación personal como prioridad”, agregó.
Este evento se realizó en el auditorio Horacio Álvarez Saviñón del recinto universitario y contó con la asistencia de viceministros; vicerrectores; decanos; directores; profesores y familiares.
Saludos cordiales a todos los presentes, autoridades, invitados especiales, colegas, amigos todos.
Estamos reunidos hoy para festejar el haber participado y concluido el Programa de Certificación Docente del Modelo Educativo UNPHU, con el cual esta Universidad apuesta al fortalecimiento de las destrezas pedagógicas de sus docentes. Es un honor hablar en nombre de mis compañeros profesores, y celebrar junto a ellos el encuentro, el compartir de ideas, que un ambiente de respeto y pluralidad este entrenamiento nos regaló. Entusiastas docentes nos mostraron innovadoras técnicas y herramientas de planificación, ejecución y evaluación de los procesos de enseñanza-aprendizaje, tanto en el aula como fuera de ella, a través de la virtualidad. Además, nos llevaron a conocer más a fondo aspectos administrativos y normativos de la institución. Todo lo anterior nos permitió confirmar que es un privilegio el poder enseñar en esta alta casa de estudios.
Propicia es la ocasión para reflexionar brevemente sobre el oficio de ser maestros. Hagámoslo, pues, recordando a nuestro modelo, el inmenso Pedro Henríquez Ureña. Para ello, me valdré del testimonio de uno de sus alumnos, Ernesto Sábato. En su libro “Apologías y Rechazos”, el consumado escritor argentino comenta con evidente nostalgia que conoció siendo muy joven a Henríquez Ureña, cuando este comenzó a dictar clases en el colegio secundario de la Universidad de la Plata. Afirma que lo reencontró años después, cuando había abrazado el oficio de escritor. Sábato cuenta que en varias oportunidades acompañó al gran humanista dominicano a tomar el tren que le llevaría desde La Plata a Buenos Aires. Dice que en una ocasión cuestionó a su otrora maestro por qué dedicaba tanto tiempo a la enseñanza de los que llamó “chiquilines inconscientes”, a lo que este contestó sonriendo: «Porque entre ellos puede haber un futuro escritor”. Pedro Henríquez Ureña dictaba, entonces, una lección más a Sábato, le revela de una manera sencilla, llana y rica, como el castellano que enseñaba, que la construcción de la América soñada sería posible gracias al sacrificio de sus grandes hombres, y que el magisterio, era pira y ofrenda. Sí, porque ser maestro es sembrar un árbol del cual quizás jamás sus frutos comeremos, es convertirse en un cirio que se consume felizmente mientras ilumina, es, ante todo, ejercitar la esperanza. Y esto en la República Dominicana de hoy día puede ser catalogado por algunos como un signo irrefutable de enajenación mental, ya que el altruismo se ha convertido en espectáculo y la espera paciente en sinónimo de ingenuidad. La desesperanza parece reinar, y las razones para seguir tomando el tren escasean, sin embargo, al asumir la tarea de ser maestros es necesario, imprescindible, seguir creyendo en la utopía; de lo contrario enseñar sería un acto hipócrita y banal. El apostar a un mejor futuro debe estar precedido de una examen del pasado, para rescatar lo provechoso, y de una revisión del presente, que de seguro nos llevará a reconocer que aún los miles de profesionales que hemos formado no han logrado la transformación que ansiamos. Las torres se alzan en medio de la basura, la impunidad se escuda en nuestras modernas leyes y la salud sigue es solo un anhelo no un derecho de todos. Parece que el trabajo apenas comienza.
Si aceptamos que la educación es eje central del desarrollo integral de los pueblos, tenemos que asumir responsablemente el rol que nos toca desempeñar. Los docentes somos guardianes del conocimiento, y el transmitirlo con pasión es nuestra tarea, y quiero subrayar esta palabra ‘pasión’, porque sin entusiasmo, sin emoción no es posible el aprendizaje. Nuestra sublime poetisa Salomé Ureña lo sabía, y por eso pudo contagiar a su Pedro querido del amor por las letras y por la gente, que lo condenó irremediablemente a la contemplación de la belleza y a la lucha por la justicia. Una batalla que debemos continuar en nuestras aulas, microcosmos donde ensayamos nuevas maneras de comunicarnos y de relacionarnos bajo el régimen de la igualdad entre los seres humanos y el respeto a la naturaleza. Es desde el “vamos” y no desde el “vayan” que contribuiremos a la construcción de una sociedad donde la educación sea una forma de ser, de existir, de relacionarnos, y no un trozo de papel en la pared. Pedro Henríquez Ureña estaría complacido, sabría que le escuchamos cuando dijo, cito: “demos el alfabeto a todos los hombres; demos a cada uno de los instrumentos mejores para trabajar en bien de todos; esforcémonos por acercarnos a la justicia social y a la libertad verdadera; avancemos, en fin, hacia nuestra Utopía” (p. 9). Fin de la cita. Vayamos a tomar el tren, un escritor nos espera.
Gracias.
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